lunes, 16 de febrero de 2015

cincuenta sombras de grey

Espiando una conversación en el autobús, escucho cómo una mujer –que roza los sesenta– le cuenta a su compañera de viaje: “Cuando leo Cincuenta sombras de Grey, pienso en Pedro Sánchez”. Una confesión de esta índole bien podría servir para reafirmar que, en efecto, la novela E. L. James no es sino “pornografía para mamás”; pero, más allá de etiquetas, la pregunta que debemos formularnos es: ¿Por qué gusta tanto Cincu enta sombras de Grey, principalmente entre mujeres mayores de 30 años?, ¿a qué se debe el éxito de una novela que convierte el sadomasoquismo en el verdadero protagonista de su trama? La socióloga y crítica literaria Eva Illouz nos da la respuesta en Erotismo de autoayuda: Cincuenta sombras de Grey y el nuevo orden romántico (Clave Intelectual/Kats, 2014).
Para dar con la respuesta, Illouz expone, en primer lugar, una suerte de teoría del best seller donde, además de historizar el género, trata de explicar los motivos por los que unos libros, y no otros, se convierten en auténticos fenómenos de masas. Para Illouz, un libro logra ser un éxito de ventas cuando se define “por su capacidad de captar valores y actitudes que, o bien ya son dominantes y están ampliamente institucionalizados, o están suficientemente difundidos para que un medio cultural pueda presentarlos como corrientes”. Esto es, cuando el texto expresa lo que muchas personas quieren decir, pero acaso no se atreven a hacerlo.
Hay novelas, en la opinión de Illouz, que resultan muy “apropiadas” para su sociedad y, en consecuencia, cosechan un enorme éxito. Dicen aquello que la sociedad quiere oír. Son normalmente novelas que plantean un problema compartido por el grueso de la sociedad y, además, tratan de resolverlo en el mismo texto. A la manera de los cuentos folklóricos, los best sellers ofrecen guías para resolver simbólicamente las contradicciones sociales. Tanto la cultura popular, como los best sellers, muestran “cómo deben hacerse las cosas” en un orden social difícil y caótico.
Ahora bien, ¿cuáles son las contradicciones, los problemas compartidos, que Cincuenta sombras de Grey capta y resuelve simbólicamente? A partir de la lectura de Erotismo de autoayuda de Eva Illouz, podemos afirmar que la famosa trilogía se construye principalmente sobre tres ausencias/nostalgias que se vuelven problemáticas para el yo moderno. La primera ausencia tiene que ver con los vínculos afectivos, cada vez menos sólidos en una sociedad en extremo individualista e individualizada como es la del capitalismo avanzado. Decía Juan Carlos Rodríguez, analizando la poesía de Javier Egea, que “el amor es imposible en un mundo imposible”, y es justamente esa imposibilidad –esa ausencia del amor– la que vuelve problemática la sexualidad entre sujetos contemporáneos. A lo largo del siglo XX, apunta Illouz, se pasó de la sexualidad reproductiva a la sexualidad recreativa, convirtiéndose el placer en el sustituto de la reproducción como meta de la sexualidad. Nace entonces la “sexualidad serial” que, en palabras de Eva Illouz, es “una sexualidad en la que las experiencias sexuales se acumulan” y, por consiguiente, “la sexualidad pasó a distinguirse cada vez más de los sentimientos y del amor”.
Cincuenta sobras de Grey capta esta problemática y la literaturiza. Es por ello que late, en sus páginas y en la versión cinematográfica, una nostalgia por el sexo con amor, tradicional y monogámico, revestido de romanticismo, que es lo que persigue Ana, su protagonista, a lo largo de la trama. Christian Grey dice: “Yo no tengo novias […]. Yo no hago el amor. Yo tengo sexo… duro”. El sexo aparece en efecto disociado del amor, de una estabilidad afectiva en un marco de continuidad; o, como dice Illouz, “el sexo no lo involucra a él ni sus intenciones, emociones o proyectos. Christian, por lo tanto, es esencialmente compromisofóbico”. Y aunque en un primer momento Ana asimila y asume esta concepción de la sexualidad –”No hacemos el amor: follamos”, confiesa– en realidad interpreta su relación con Christian como conflictiva y, por ende, su meta no será otra que llenar con el significado “amor” ese significante vacío en que se ha convertido la “sexualidad” en la sociedad contemporánea.
Sobre la nostalgia del amor y de los vínculos afectivos, problemáticos en una sociedad individualizada, donde el otro no es sino sostén del propio placer, se edifica Cincuenta sombras de Grey. Que la versión cinematográfica de Cincuenta sombras de Grey se haya estrenado en la víspera de San Valentín no puede ser casualidad; más bien le confiere un enorme sentido: aunque aparentemente se trate de una película con una altacarga erótica, y aun pornográfica, en realidad no es otra cosa que una historia de amor, de la posibilidad de encontrar –o construir– el amor en un mundo donde el amor es imposible.
La segunda ausencia que articula Cincuenta sombras de Grey es la de la dominación masculina. Esta segunda ausencia acaso responda una pregunta crucial, que asimismo se formula Eva Illouz, que ciertamente un fenómeno como este nos obliga a plantearnos: “¿Por qué la masculinidad tradicional sigue provocando placer en la fantasía?

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